San Nicolás o del verdadero Santa.

Hoy, en la Iglesia, celebramos a uno de mis santos favoritos: San Nicolás de Myra, o de Bari. Su vida encarna la virtud cristiana de la caridad, esa que está limpia de toda postura en boga, y que no encaja con aquellos de “este lado” que entienden el dar como algo que se les ha impuesto y que les empobrece injustamente, ni tampoco con los de “aquel lado” que lo presentan como una obligación ineludible que debe despojar a la persona de su libertad. En tiempos de regalos, hay que sacudirnos del espíritu consumista para poder alegrarnos junto con San Nicolás. Dar, es decir, entregar voluntariamente un regalo, implica hacerlo desde el corazón, que desea expresarse en el obsequio. Sea grande o pequeño, es irrelevante, puesto que ningún tamaño puede atesorar el corazón humano, reflejo del Divino. Así, regalar es siempre entregarse con alegría.

San Nicolás, patrono de navegantes, jóvenes y niños, ¿cómo no podría ser relevante para la vida de todo mortal? Todos navegamos estos mares de la existencia, con sus altas y bajas, siempre siendo jóvenes o niños, inexpertos ante la vejez de la existencia misma. Hoy, como en el pasado, solo aquellos que sabían guiarse con las estrellas del firmamento podían encontrar un rumbo seguro. Que San Nicolás sirva como estrella guía para encontrarnos con el destino final para el que fuimos creados: estar con Jesucristo, amor gratuito.

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